Todos sabemos lo que ocurre a los peces si no lavamos nunca su pecera: el agua turbia y repleta de suciedades los debilita, se enferman y pronto mueren, víctimas de un entorno inhóspito, descuidado. Esta experiencia, común a los niños pequeños, es una buena metáfora para describir el modo en que nos relacionamos con el medio ambiente. Y aunque no seamos tan frágiles como esos pececillos comprados en la tienda, correremos una suerte muy parecida si en los asuntos medioambientales nos entregamos a la desidia y al descuido.
No existe vida que no se relacione con su medio ambiente: se toman sustancias útiles de él y se le devuelven sustancias de desecho, que otros organismos aprovechan para sí, y el ciclo se repite. Es algo que hacen incluso nuestras células: respiramos oxígeno,