lunes, 11 de julio de 2022

Del santo Evangelio según san Mateo 10, 34-11, 1

 Lunes XV del Tiempo Ordinario

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: “No piensen que he venido a traer la paz a la tierra; no he venido a traer la paz, sino la guerra. He venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y los enemigos de cada uno, serán los de su propia familia.
El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí.
El que salve su vida, la perderá y el que la pierda por mí, la salvará.
Quien los recibe a ustedes, me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado.
El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo.
Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa”.
Cuando acabó de dar instrucciones a sus doce discípulos, Jesús partió de ahí para enseñar y predicar en otras ciudades.
*Palabra del Señor.
Meditación
❤️
Este es un pasaje difícil de entender. ¿Jesús hablándonos de enfrentamiento con mis hermanos? ¿Cómo interpretarlo? Sugiero que comencemos al revés, es decir, por el final. El Evangelio nos menciona claramente que Jesús estaba dando instrucciones a sus discípulos. No estaba hablando a un público en general. Estaba, más bien, formando a aquellos a quienes correspondería llevar su mensaje por todos los pueblos.
¿Y qué les decía? «Quien los recibe a ustedes, me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado». Esto es: ninguno de los apóstoles será acogido por ser el más apto, o el más astuto, o el más inteligente. No. Todo cuanto reciban les vendrá por el hecho de anunciar a Cristo, del mismo modo que Cristo es quien es porque nos anuncia al Padre, que lo envió. Hay aquí un elemento de lealtad que vale la pena profundizar en nuestra oración. Lo que vemos es, en la práctica, la nueva alianza que Dios establece con los hombres, en su Hijo.
Y ahora la parte final, que no parece tan dura después de entender la radicalidad del amor al que Jesús nos llama. Pues, en efecto, la guerra se da cuando los hombres amamos nuestros ídolos, sean cuales sean. Cuando olvidamos que a Dios le corresponde ocupar su trono en nuestra vida, es inevitable que enfrentemos dificultades. San Pablo interpretó muy bien esto cuando afirmó: «Nada ni nadie nos separará del amor de Dios en Cristo Jesús». Así pues, medita qué tanto le concedes a Dios su puesto, qué tanto has dejado permear su amor en toda tu vida.
Amén

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