lunes, 1 de agosto de 2022

Del santo Evangelio según san Mateo 14, 13-21

 Lunes XVIII del Tiempo Ordinario

En aquel tiempo, al enterarse Jesús de la muerte de Juan el Bautista, subió a una barca y se dirigió a un lugar apartado y solitario. Al saberlo la gente, lo siguió por tierra desde los pueblos. Cuando Jesús desembarcó, vio mucha muchedumbre, se compadeció de ella y curó a los enfermos.
Como ya se hacía tarde, se acercaron sus discípulos a decirle: Estamos en despoblado y empieza a oscurecer. Despide a la gente para que vayan a los caseríos y compren algo de comer». Pero Jesús les replicó: «No hace falta que vayan, Denles ustedes de comer». Ellos le contestaron: «No tenemos aquí más que cinco panes y dos pescados». Él les dijo: Tráiganmelos».
Luego mandó que la gente se sentara sobre el pasto. Tomó los cinco panes y los dos pescados, y mirando al cielo, pronunció una bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que los distribuyeran a la gente. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que habían sobrado, se llenaron doce canastos. Los que comieron eran unos cinco mil hombres, sin contar a las mujeres y a los niños.
Palabra del Señor.
Meditación
😍👏
En este rato de oración, sigamos a Jesús hacia ese sitio tranquilo y apartado. Entremos dentro de nuestra propia alma, ahí le encontraremos.
Somos increíblemente importantes para Cristo. Cada uno. Por supuesto que la muerte de Juan, su pariente, le golpeó de un modo muy profundo, y necesitaba un tiempo Él solo, con sus amigos. Pero en su corazón hay espacio para cada persona, conocida o desconocida, lejana o cercana. Por eso, cuando llega la multitud en busca de Él, las compuertas del corazón de Jesús se desbordaron. Notó en seguida la necesidad de aquellos hombres, mujeres y niños. Seguramente Cristo se habrá emocionado, y la compasión le habrá hecho derramar más de alguna lágrima ante tanto sufrimiento.
Vivimos dentro de una montaña de inquietudes, tristezas, enfermedades… Todas muy reales e importantes, ciertamente, pero vistas sólo desde dentro de nosotros: cómo las sentimos, cómo las podemos resolver, cómo soportar el dolor, etc. A veces es necesario cambiar la perspectiva: “¿Qué piensa Cristo de esta situación que estoy pasando?” ¡Si supiéramos cuánto le importan a Cristo nuestras preocupaciones! ¡Vale la pena confiar en Él, poner todo en sus manos! Muchas veces la solución comienza, no en lo que hacemos, sino en lo que dejamos hacer a Dios.
O bien, fijémonos alrededor de nosotros, para darnos cuenta del sufrimiento de los demás. En nuestra ciudad o incluso cerca de casa, seguramente hay gente que pasa hambre, que no tiene quién se interese por él o ella… Son muchos, miles, millones en todo el mundo, pero Cristo hoy nos repite el mismo reto que a los Doce: “Dadles vosotros de comer”. Cristo espera que le ayudemos a alimentar a tanta gente, dando con generosidad los cinco panes que tenemos: un rato de conversación para animar, una sonrisa, un donativo, compartir nuestra comida con alguien… Si amamos como Él ama, con un verdadero interés por el otro, entonces hacemos a Cristo brillar para los demás a través de nosotros.
Feliz lunes

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