En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno.
Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó: "¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor".
Palabra del Señor.
Meditación
Hoy contemplamos en el Evangelio a María que portaba en su vientre a Jesús. Imagina por un momento a aquella jovencita, María, que viajó probablemente algunos días para llegar a la casa de su prima Isabel. Imagínate, ella estaba embarazada y tuvo que ir a un pueblo en las montañas. Junto con el peso del viaje, ella guardaba en su corazón un secreto pues solo ella sabía que estaba embarazada, e iba presurosa a compartir la gran alegría de llevar a Jesús en su vientre con la única persona que lo sabía.
En esta meditación te invito a pensar en aquellas cosas que llevas en tu corazón que solo tú y Dios conocen. Esa enfermedad o preocupación que cargas uno y otro día, eso que te cuesta, que escondes detrás de tu sonrisa; trae a tu mente todo aquello que te pesa y que te angustia y como María corre, ven presuroso(a), atraviesa las montañas y cuéntale a la persona que llevas dentro de tu corazón aquello que te aflige. Pues como a María, solo quien sabe te comprende.
Dios es tan grande que en su infinita providencia nunca te deja solo; Él se ha querido quedar en la Eucaristía y dentro de ti para que, en cualquier lugar y en cualquier momento, puedas correr y subir a la montaña de tu corazón para compartir con Él aquello que llevas dentro. Él se quiere alegrar y regocijar, o llorar contigo si es necesario, para que le cuentes todo aquello que llevas dentro; nadie más te conoce mejor que Él, cuéntale y sorpréndete de lo que te va a decir.
Y acuérdate también de que Jesús nos dejó a su Madre María para que ella nos guiara y nos acompañara; déjate acompañar por ella; que ella te enseñe a compartir con su Hijo aquello que llevas en tu corazón.
¡Jesús, mi alma está inquieta hasta que descansa en ti!
Amén
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