viernes, 8 de marzo de 2024

Del santo Evangelio según san Marcos 12, 28-34

 Viernes III de Cuaresma.

En aquel tiempo, uno de los escribas se acercó a Jesús y le preguntó: "¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?". Jesús le respondió: "El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor; amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento mayor que éstos". El escriba replicó: "Muy bien, Maestro. Tienes razón, cuando dices que el Señor es único y que no hay otro fuera de Él, y amarlo con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a uno mismo, vale más que todos los holocaustos y sacrificios". Jesús, viendo que había hablado sensatamente, le dijo: "No estás lejos del Reino de Dios". Y ya nadie se atrevió a hacerle más preguntas.❤️
Palabra del Señor.
❤️
Meditación
Es frecuente ver en el Evangelio, como en la vida cotidiana, escenas donde la gente quiere poner a prueba a Jesús. Hoy meditamos un episodio muy peculiar porque el escriba se está acercando a Jesús con una actitud humilde, como la de aquél que quiere buscar a Dios con todas sus fuerzas.
El escriba, como persona conocedora de la fe de Israel, sabía muy claramente cuál era el primer mandato de la ley; sin embargo, no basta saber las cosas "de memoria", la Palabra de Dios se aprende viviéndola. ¿Qué podemos hacer, entonces, en nuestra vida cotidiana para que amar al Señor y al prójimo sea nuestro motor?
La primera actitud es la escucha humilde de lo que Dios nos pide. El escriba llegó con esta actitud porque sabía que Jesús tenía para su vida una respuesta diferente; objetivamente la respuesta fue muy simple, pero las palabras de Jesús iban cargadas de un mensaje personal para él. Es común que cuando escuchamos a Dios en la Palabra o en nuestra conciencia, queramos hacernos los sordos, no obstante, no podemos apagar la voz de Dios que trae lo que más necesitamos.
La segunda actitud es dejar a Dios ser Dios. ¿Qué lugar real ocupa Dios en nuestra vida? ¿Un lugar marginal, donde nos acordamos de él por tradición, porque "tenemos que"? ¿O realmente buscamos estar con él aunque sea unos minutos en medio de las carreras cotidianas. La amistad con Dios es lo más alto a lo que el hombre puede aspirar en esta vida, y Él nos la ofrece gratis, sin prejuicios, en la confesión y la Eucaristía. Él puede actuar donde nadie más cree en las posibilidades.
La tercera actitud es la más sencilla de llevar a cabo, pero la que, a su vez, requiere que pongamos un poco de nuestra parte. Amar al prójimo como a sí mismo implica renuncia a nuestro ego y ampliar nuestra mirada hacia el que tenemos a la par, no para criticarlo ni pasarle por encima, sino para ver en él el reflejo vivo de Dios y tratarlo así. Esta renuncia nos hará sentirnos más ligeros de peso, con más alegría y paz interior. Jesús no nos pide cosas que Él mismo no haya hecho antes.
Finalmente, pidamos a Dios la gracia de vivir según este amor, para que sea Él quien reine en nuestros corazones y sea la bondad y el amor de Jesús lo que los otros vean en nuestros rostros. Amén

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