martes, 9 de abril de 2024

Del santo Evangelio según san Juan 3, 7-15

 Martes II de Pascua

En aquel tiempo, Jesús dijo a Nicodemo: «No te extrañes de que te haya dicho: ‘Tienen que nacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así pasa con quien ha nacido del Espíritu». Nicodemo le preguntó entonces: «¿Cómo puede ser esto?».
Jesús le contestó: «Tú eres maestro de Israel y ¿no sabes esto? Yo te aseguro que nosotros hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio.
Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán si les hablo de las cosas celestiales? Nadie ha subido al cielo sino el Hijo del hombre, que bajó del cielo y está en el cielo. Así como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna».
Palabra del Señor.
❤️
Meditación
Jesús quiere regalarnos el cielo, pero para hacerlo nos pide renacer del agua y del Espíritu. Nicodemo se extraña ante esta petición. Nosotros, junto a Nicodemo, podemos preguntarle: ¿Cómo puede ser esto? O, ¿qué quieres decir, Señor?
Por el bautismo, ciertamente, morimos al pecado y nos volvemos hijos de Dios. Renacemos del agua, dando espacio al Espíritu Santo para que entre en nuestras almas y nos transforme en hombres nuevos, hombres según su corazón. Casi imperceptiblemente y en silencio, Dios obra en nosotros, gracias a la resurrección de Cristo, inspirándonos buenas acciones, dándonos la fuerza necesaria para hacer el bien, alentándonos en los momentos difíciles, sin abandonarnos ni un solo momento en la construcción del hombre nuevo.
Sin embargo, por las distracciones y tentaciones de lo pasajero, no siempre escuchamos o le dejamos hablar. Su inspiración y motivación caen en saco roto. Dios, que nos ama tanto, no se desanima. Aun cuando nos hacemos sordos a su voz y le damos la espalda, Él espera pacientemente que le escuchemos y le abramos nuestro corazón y le cedamos libremente la dirección de nuestras vidas, pues como dice san Agustín: «Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti».
Amén

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