Dios no deja ni olvida el bien que hacemos al hermano que necesita, pues, al final de los tiempos, cuando llegue su gloriosa venida a convocar a todos a su presencia, dará el lugar merecido al que cumplió sus mandatos. Los egoístas, que amaron su vida y vivieron sólo para sí, olvidando a los demás, recibirán el castigo merecido del suplicio eterno, por no haber hecho caso a sus palabras. El hambre, la sed, la enfermedad y el frió del hermano a quien no hemos ayudado, serán la causa de nuestra condena, también el no visitar a los presos, ni el haber recibido al forastero que golpeaba nuestras puertas.
Dios permita que aquel día, sus palabras, "Venid a mi los benditos de mi padre", sean dirigidas a nosotros, por haber sido merecedores de su gracia, por encontrarnos dignos y justos a sus ojos.
Feliz y bendecido día.
Del Evangelio Mateo 25, 31-46.
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